miércoles, junio 16, 2010

Pasa que ...

Eran unos momentos a solas todo lo que necesitábamos... un cigarro talvez, y el silencio de la noche. La paz de estar juntas nos dio el ambiente, y la complicidad de las miradas la confianza suficiente para que me planteara el decírtelo ahí.
En uno de mis arrebatos más característicos me lancé a la vida ... pero tropecé con los nervios inesperados y el miedo... entonces quedé en pana de pánico a la mitad.
Tu mirada era inquisidora... con paciencia demandabas para ti las palabras que yacían apretadas en mi garganta. Pensaba yo “supieras cuanto quiero poder decirlas más tranquila!” pero un miedo me robaba la voz cada vez que lo intentaba. El miedo de que luego de dichas las palabras el viento se las llevara como hojas, el miedo que sonaran superfluas.
- Lo que pasa es que... – y se me cerraba el aire, como haciéndose sólido en mi
interior, incapaz de salir. Entonces avergonzada yo no podía sostener tu mirada y me refugiaba en tu hombro.
Pero con toda tu paz me envolvías suave, calmando un poco así mis nervios e
invitándome a continuar... con calma, a mi ritmo
- ¿Qué pasa?... dime – decías suave en un susurro casi a mi oído. Dejabas ver en
tus palabras el cariño, la preocupación y el interés por mi. Casi, solo casi, sin urgencia me dabas el valor para completar mi frase.
Me convencí de que era el momento y me preparé mentalmente para que, en el peor de los casos, la reacción tuya me atormentara.
- Pasa que te amo – solo eso logré decir... las palabras salieron rápidas de ansias, y
luego del te amo mi voz se quebró por la emoción y no pude seguir explicándome... así que puse todo mi amor y mi alma en mis ojos e intenté que vieras en ellos lo cierto y lo fuerte de mi sentimiento.
Sentí en ti algo como la gratificación... la dicha del que se sabe amado. Sentí en ti
calidez, y solo eso pudo tranquilizarme.
Ni en mis sueños pre-vi tu respuesta... reconozco que la ansiaba con el alma, pero nunca doy muchas alas a mis esperanzas... nunca me lo permito.
- Te amo también... y mucho – dijiste tu, luego de solo unos segundos.
La poca luz del lugar no me dejaba observarte bien, pero en tu voz la emoción gritaba las lágrimas que tu tanto retenías. A falta de luz para mis ojos, mis manos se dedicaron a ver tu rostro. Con mis yemas dibujé tus ojos, tu nariz, tus labios... cuando hacía mi camino por tu mejilla una lágrima me cortó el paso. Te miré otra vez, pero sabiéndote observada giraste tu cara rápida, escondiéndome lo más hermoso que había visto ese día. ¿Por qué lo hacías?... ¿Era vergüenza lo que sentías?.. busqué tu rostro con urgencia... necesitaba ver lo que mis palabras habían provocado, ver lo que aun no hablabas.
Me topé de pronto con tus ojos... brillaban aun.
Por entre tu vergüenza pude ver por primera vez amor... amor que desbordaba tu mirada y me invadía el pecho... volviéndolo de pronto más cálido.

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