Soy como una flor de primavera, hermosa durante la temporada y olvidada cuando llega el cambio de estación. No más. Nunca más.
He llegado a la vida de muchos, tocado la realidad de tantos. Se siente como se debe sentir tocar una nube.
Soy temporal en la historia del mundo, mas no menos importante, no me resto significancia, y no guardo rencor a mi no-trascendencia. Es que así soy.
La vida me ha puesto en camino de gente invaluable, irreemplazable e incomparable, y a todos he dedicado toda mi atención y comprensión.
Es que no sé qué de mi llama a indagar en sus vidas hasta entenderlas, hasta desmenuzarlas, pero con cariño, siempre con delicadeza. Entrar en secretos, en anécdotas e historias que nunca fueron mías, pero que me fueron compartidas por sus dueños, a veces entre risas, a veces entre besos, a veces entre susurros y a veces entre llantos. No sé qué de mi les hizo confiar, abrirse.
No sé qué de mi le da el mensaje correcto, aquí solo hay oídos que los entienden, ojos que no juzgan.
Miles de secretos se han ido guardando en mi, miles que no eran míos para guardar, miles que me fueron destinados, para que compartieran mi corazón junto a los propios.
Miles de secretos que me recuerdan siempre toda la gente por cuya vida pasé, más cuya cercanía no conservé. Pareciera que al liberar los secretos también fuera necesario liberar aquello en donde el secreto ahora es contenido.
Por eso soy temporal, y valiosa, etérea en los recuerdos de las personas, seguramente. Soy aquello en lo que depositaron todo para luego dejar ir, como las hojas del otoño.