te veo dormida...
te veo despierta...
te veo llorando...
te veo riendo...
te veo peinada...
te veo despeinada...
te veo vestida...
te veo desnuda...
te veo emocionada...
te veo enojada...
te veo ahora...
te veo siempre...
ponle a todas "conmigo".. así te veo
jueves, octubre 24, 2013
La vida de la pulga
Nos parecemos. Rebotamos de uno a otro y de repente le hincamos el diente a algo bueno. Como de repente no hay na', y uno se dedica a saltar y rebotar para buscar algo. De esquina a esquina, de calle en calle, la ciudad se hace gigante y enana a la vez, no nos damos cuenta y volvimos a donde habíamos empezado.
La pulga en mi quiltra amiga y yo nos parecemos tanto, y tanto la entiendo, que cuando la pillé la dejé ahí, de salto en salto hoy le había ido bien.
La pulga en mi quiltra amiga y yo nos parecemos tanto, y tanto la entiendo, que cuando la pillé la dejé ahí, de salto en salto hoy le había ido bien.
Me violenta que en la hora pico del metro la gente se aleje de la pareja de ancianitos que van por la cinco, porque huelen al sudor de laborar en la calle, a pesar de los años y el sol sobre los hombros. Y me emociona ver que esos dos que el resto evita se demuestra un amor poco visto. Él no le soltó la mano a su mujer en todo el viaje, y cada vez que le habló le dijo con una ternura indescriptible "mi viejita".
Me violenta ver a los dos niñitos que suben a las cuatrocientos a cantar, por unas monedas. Me violenta pensar en los padres de ellos, en su vida invisible para mi.
Pero más me violenta ver la indiferencia forzada en los rostros a mi lado, el esfuerzo casi doloroso por mirar hacia otro lado, por cerrar los oídos a la verdad frente a ellos.
Nunca más vi a la pareja de viejitos del metro.
El otro día reconocí a uno de los niñitos cantores en un minimarket de San Pablo, compraba todo lo que podía en jamonada y pan, al parecer había once ese día, un par de oídos habían notado el ruego de su canción.
Me violenta ver a los dos niñitos que suben a las cuatrocientos a cantar, por unas monedas. Me violenta pensar en los padres de ellos, en su vida invisible para mi.
Pero más me violenta ver la indiferencia forzada en los rostros a mi lado, el esfuerzo casi doloroso por mirar hacia otro lado, por cerrar los oídos a la verdad frente a ellos.
Nunca más vi a la pareja de viejitos del metro.
El otro día reconocí a uno de los niñitos cantores en un minimarket de San Pablo, compraba todo lo que podía en jamonada y pan, al parecer había once ese día, un par de oídos habían notado el ruego de su canción.
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