La música distorsionada por el alcohol y el cansancio seguía sonando fuerte e imparable. Parecía que a cada nuevo TUM del bajo alguna muralla de aquella vieja casa caería. Esas mismas murallas vencidas, el ron en exceso, la fiesta, el descontrol, lo promiscuo y lo grotesco, todo era escenario perfecto para mi perdición. Todo parecía dispuesto ahí para mi caída.
Mi cuerpo seguía el ritmo de la música sin importar nada. El mareo hacía cada paso más difícil, como aviso del peligro, pero inmune a las voces de la razón seguí mi camino hacia ella como animal atraído por una carnada demasiado jugosa. Sus movimientos eran para mí el goce hecho persona. Su pelo largo escondía en parte sus facciones, pero no lo suficiente como para tapar su belleza. Sus caderas seguían un ritmo propio que era invitación para mí.
Los efectos del alcohol eran evidentes en ella también. Al notar mi mirada inquieta, aun indecisa, decide jugar un peligroso juego. Me toma la mano y conmigo parte a la mesa de la música. Sin palabra alguna cambia la música a una más cómoda para ella, al encontrar lo que quiere se da vuelta y sonríe traviesa. Sus ojos verde agua llegan a lo hondo y mi cerebro taladra con advertencias que parecen aullidos, pero dos cuerpos calientes superan toda razón, y yo le devuelvo una sonrisa igualmente torcida.
Bailamos entonces, nuestras caderas pegadas queriendo sentir cada movimiento, nuestros brazos atrapando a la otra, acortando distancias, y nuestras sonrisas jugando a las escondidas entre nuestros cuellos y mejillas.
Completamente inconscientes bailamos hasta una pieza. La puerta cerrada deja excluida cualquier interrupción. Esos ojos verdes brillan de la excitación y yo como estúpida por esa luz me acerco a ella, tomo su cuello y me abandono a sus caricias y nuestros besos. Sus manos queman mi piel y las mías descontroladas se aferran a su cintura y pechos. Extraviadas en los efectos del ron amigo, nos deshacemos en caricias infinitas. Elimino su ropa con verdadera impaciencia y ella me sigue el juego. Mis manos se pierden en su piel blanca marfileña, sus ojos verdes siguen mis movimientos, pero cuando me mira... en sus ojos no hay más que deseo al igual que en los míos. Caemos a la cama y nos sentimos libres. La pasión es la protagonista de nuestro encuentro nocturno. Sin previo aviso mis manos llegan a sus piernas. Con mis uñas en sus muslos saco un par de gemidos, pero lo verdaderamente interesante llega cuando mis dedos se alojan entre sus piernas. Sus suspiros, sus gemidos llenan el aire. El espacio entre nosotras se hace... nada, desaparece. Sigo tocándola sin importarme que nos escuche alguien, sin importarme que no es mi casa ni la suya, no es mi cama ni la suya. Ella también quiere tocarme, siento sus manos desesperadas por entrar en mí, pero no quiero… quiero darle todo primero… quiero sentir que se pierde en mis manos… o en mi boca.
Comienzo un camino sinuoso por su cuerpo con mi lengua y mis besos. Bajo a su pecho y con sus manos en mi pelo me pide más fuerza. Se la doy y siento que sus caderas se mueven debajo de mí, incontrolables… pidiendo atención. Sigo con mis besos marcando una ruta hasta sus caderas, mis manos bajan su ropa… eliminándola del camino que he escogido para satisfacer a mi amante. Beso desde su tobillo hasta su rodilla con verdadera prisa, pero por su muslo me muevo con lentitud... quiero que me lo pida... quiero que ruegue por esto que voy a darle. Cuando está a punto de gritar pierdo mi lengua entre sus piernas, rápido… con furia. Sus gemidos se atoran y salen todos junto en un gran “Oh” que se queda dentro de las paredes de aquella pieza… que queda solo en nuestra memoria. Sigo con mi lengua gozando de su calor, queriendo agigantarlo cuanto sea posible. Sus caderas siguen moviéndose buscando más y yo no dudo en dárselo. Mis dedos están de pronto dentro de ella queriendo llegar más allá y me lengua sigue haciendo su trabajo. Yo sigo, no me detengo por nada… sigo y sigo y sigo hasta sentir que todo su cuerpo se contrae y sus gritos ya no los contienen ni las murallas. Cuando termino, esta relajada, con la mirada perdida en el techo y yo me acuesto a su lado sin tocarla.
Todas esas escenas románticas luego de hacer el amor… acá no entran y lo sabemos. No hemos hecho algo bueno con todo esto. Nos sentíamos libres… pero la verdad no lo éramos.